jueves, 17 de agosto de 2017

Desnudo femenino en La historia que no se ve


Una nueva foto para una nueva página del libro La historia que no se ve. En esta ocasión, un desnudo de mujer. La foto me gusta, pero de lo que se trata es de averiguar qué me transmite, qué emociones provoca en mí.
  Como siempre, no sé nada de las fotos ni de sus personajes, por lo que para mí esta mujer es anónima; no sé lo que piensa de la vida, de su vida; no sé cómo se siente, a qué aspira o qué planes tiene. Y sigo observando la fotografía.

Por la iluminación parcial, por la oscuridad que habita en ese momento, por la posición en la que está colocado su cuerpo, recibo una extraña sensación de derrota. 
  Por otra parte, y por la maravillosa curva de su cadera, la supongo femenina, con carácter, atrevida y valiente. Los tatuajes de su piel me animan a continuar por ahí, y también a pensar en los demás, en los otros con los que se cruza.

Desde hace algunos años, el tatuaje ha recobrado buena fama; hasta se le considera una acción artística, y es que en todas partes del mundo hay auténticos artistas tatuadores. Hasta pintores reconocidos han colaborado y colaboran con estos tatuadores. Personas con éxito personal y profesional lucen ahora sus tatuajes sin complejos. Pero vamos a ser sinceros y a reconocer que aún existen muchas otras, casi todas de generaciones anteriores, que siguen viendo mal esta práctica. En España no quieren olvidarse de los legionarios, los reclusos y la gente de mal vivir cuando se cruzan con una persona tatuada. Les cuesta trabajo aceptarlo (la fuerza de los arquetipos); suelen ser las personas de mayor edad, aunque hay de todo. Y lo peor de ellas, de algunas de ellas, es que prejuzgan por el tatuaje a la tatuada; la critican, la quieren lejos, la desprecian, y para justificarse comienzan a presuponer en contra, a imaginarse las vidas de quienes nada saben, y murmuran. Y se inventan chismes.

Ya lo tengo. Escribiré en contra de los chismosos y en defensa de los valientes, de los auténticos, de los que viven libremente el tiempo que les ha tocado vivir, como la chica de la foto.

(He contactado con la modelo para solicitarle el permiso para la publicación. Ahora ya sé quien es, y me siento bien por el asunto que he elegido. Su nombre artístico es Srta Siller y esta es su página https://www.facebook.com/SrtaSiller/ donde también encontrarás su cuenta de Instagram). 

(Hacer clic sobre los enlaces que aparecen en color naranja).

martes, 15 de agosto de 2017

Carteles en la página





No me gusta, y nunca lo hago, esto de compartir carteles en mi página; mucho menos si lo que contienen es una frase, que normalmente es una obviedad, un lugar común casi siempre tendencioso porque afirma solo una parte del todo. Pero he decidido compartir esta imagen porque resume de manera bastante certera las definiciones que la neuropsicología propone para los estados de depresión, estrés y ansiedad. 
En el primero y el último la cosa está clara. De ahí que algunas terapias que tratan la depresión se ayuden de imágenes reales en las que se observan futuros plausibles, deseados en algún momento por el paciente, que sean posibles (realistas) a corto o a medio plazo; también, con la misma intención, se propone al paciente que realice una ideación (visualización mental) de esos u otros futuros realistas y satisfactorios. El futuro conveniente como antídoto del pasado frente a la depresión.
Por su parte, los estados de ansiedad siempre están relacionados con el deseo de que algo ocurra, o con el miedo de que ocurra algo, con la espera, la incertidumbre y con la autoevaluación de la tolerancia a la frustración en el caso de que no ocurra lo deseado. Aquí la causa es el futuro, que siempre es incierto. Que a veces asusta.
Pero en la definición de estrés como exceso de presente habría que puntualizar más fino para evitar equívocos de comprensión. Se supone que lo que nos dice es que un presente lleno de actividad desenfrenada, de grandes cargas de trabajo, de grandes responsabilidades y profunda preocupación, es un presente excesivo (así mejor que un exceso de presente) que nos conduciría a sufrir estrés. De ahí que convenga y se recomiende desconectar, hacer deporte, realizar actividades relajantes, cambiar de ambiente y hasta de conversación (sobre todo de conversación, porque el estrés simula la obsesión y la manía), disfrutar del ocio, aunque todo esto solo sea a tiempo parcial.
Si así lo entendemos, de acuerdo, aunque a mí me resulte más clarificador un presente excesivo que un exceso de presente. Y es porque considero que vivir consciente en el ahora es una de las mejores terapias antiestrés, y este ahora y un exceso de presente pueden llevar a confusión; pueden, incluso, parecer una contradicción.
Cuando conseguimos vivir conscientemente en el ahora, todo fluye, todo se vuelve cambiante; desaparecen los pensamientos reiterados e insistentes. También fluyen y cambian, se liberan, las sensaciones (sensación: un notar relacionado primariamente con los sentidos físicos, con el soma -frío, calor, cansancio, sueño, hambre, dolor, asco, susto...), y las emociones  (emoción: un sentir primariamente relacionado con la mente, con la psique; un sentir procesado y evaluado mentalmente, donde la existencia del otro, su percepción y su influencia pueden estar presentes -ira, envidia, celos, vergüenza, alegría, tranquilidad...), las que preocupan, las que asustan, en definitiva, las que estresan. Porque vivir en el ahora con consciencia es, como ya se ha dicho, lo que nos permite fluir; porque vivir en el ahora supone vivir el instante, y los instantes se suceden constantemente y nunca son idénticos. Así que, contra el presente excesivo, conciencia del ahora. 



domingo, 30 de julio de 2017

Página 20 del libro "La historia que no se ve"




Parece que, a pesar de la calima insoportable de este largo verano en Madrid, seguimos trabajando en el libro La historia que no se ve. Por su parte, José Manuel Alfaro me ha enviado nueva foto, también en blanco y negro, y de una calidad fotográfica y literaria insuperables. Por mi parte, me toca escribir el texto correspondiente y, como siempre, primero hay un proceso que debo realizar y que, como casi siempre, comparto desde aquí.
   Al recibir la fotografía me quedé largo tiempo mirándola. Me llegó; me llegó a ese lugar adonde solo llegan las cosas que te llegan. Y es que la capacidad narrativa de esta foto es tan poderosa que se hace imposible no ver la historia, una historia. Mi labor en este caso es elegir; escribir siempre es elegir.
   Confieso que caí en la tentación de pedirle a Alfaro que me contara algo que me ayudara a situarme. Le escribí: "Cuéntame algo de la foto del señor: dónde está, qué sabes de él, a qué dedica el tiempo libre...". Me respondió: "Poca cosa. La saqué en Gozo, una de las islas de Malta, en un bar antiguo y oscuro, de esos de película. Él estaba tomando un café y leyendo el periódico. No sé nada más".
   Pero, como yo no he estado nunca en Gozo (en idioma maltés Ghawdex), me resultó difícil situarme y, sin saber por qué, trasladé el escenario a Buenos Aires, adonde en mi imaginación resultaba más verosímil. Y escribí algo parecido a lo que debería ser la letra de este tango.
(Pinchar los enlaces que aparecen en color naranja)

lunes, 3 de julio de 2017

El parque oscuro

Después de un tiempo sin ocuparme de La historia que no se ve, resulta que limpiando el correo me encuentro con uno en el que José Manuel Alfaro me pedía que escribiera para la foto que adjuntaba.
   No sé por qué ese correo se me había despistado. El caso es que me encuentro con una foto en blanco y negro magnífica que, como siempre en este proyecto, provoca en mí algunas emociones en las que tengo que fijarme para escribir "La historia que no se ve". Y las voy a contar.
   En primer lugar me llama la atención la oscuridad del paisaje que se ve en la foto; esa oscuridad me produce una emoción de temor. Por otra parte, la ausencia de personajes y la potencia de ese banco vacío, hacen que me embargue una sensación de enorme soledad.
   Y luego está el tiempo. Acaso porque los árboles, que salen del encuadre presentándose como gigantes, me hacen pensar que estoy ante una estampa de siglos; que eso lleva así, vacío y oscuro, una eternidad.
   Reunidos el temor, la oscuridad, la soledad y una medida infinita de tiempo, me llevan a escribir esta historia que no se ve.